Sobre los bodegones del hambre.
Esta serie surge del tedio. Dicho así puede sonar un poco mal pero en la Mancha, en verano, poco se puede hacer cuando fuera de la casa el sol castiga a cualquiera que se aventure a pisar la calle. En verano en el pueblo es muy habitual ver cómo por casa desfilan una gran cantidad de frutos de temporada, ajos, cebollas, tomates, patatas, incluso tortas de girasol que llegan como ofrendas de la tierra a nuestras manos. Normalmente me limito a verlas como lo que son: ofrendas de amistad de los vecinos. No son frutos nacidos para su exposición en vitrinas, ellos saben que no acabaran en una gran cadena bajo focos que les den un aspecto mucho más apetecible si cabe. En el mejor de los casos servirán para el mercadeo del pueblo, por eso no temen ser “feúchos” o desconchados, no les molesta llevar aun trozos de tierra, de la que han nacido. Es más, eso les da un porte más noble para cumplir con la finalidad para la cual han nacido. Estos frutos servirán a platos recios de una cocina de otra época. Una en la que el hambre era una forma de imaginación y con unos ajos, agua y coscurros de pan duro se hacían unas sopas. Como es habitual en mi forma de trabajo, muchas de las series vienen en forma de “serendipia”. Pues bien, después de contemplar durante varios días cómo los frutos se van amontonado en el patio de la casa y el sopor del verano me invade, decido ponerme a jugar con la cámara del teléfono y a sacar de su anonimato a estos pobres frutos y hacerlos viajar por la red, así los amigos de Australia pondrán ver cómo nos las gastamos en la Mancha. Las primeras tomas son toscas y fuera de toda intención artística, pero ya se sabe que cuando el diablo no tiene nada que hacer… Es entonces cuando me pongo a buscar unas sábanas viejas que hagan de fondo para estos “Bodegones del hambre”, me hago hueco en el porche y, sin más alardes de luz y demás parafernalia fotográfica, empiezo con las tomas. Al principio es un juego más que un trabajo, pero poco a poco voy buscando composiciones más cercanas a los bodegones de la pintura clásica. Es entonces cuando estos humildes alimentos toman conciencia de todo lo que nos han ayudado y nos siguen ayudando a calmar nuestra hambre. Son un pequeño homenaje a las tardes de rebusca en estos campos Manchegos donde con un poco de sal y aceite nos comíamos unos tomates a la sombra de un nogal, oyendo a lo lejos el croar de las ranas en el río. Río que por cierto, gracias a estos tiempos modernos que corren ya no trae agua en verano y las ranas tienen que conformarse con ser un recuerdo lejano de mis tardes de juventud.
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